LA ADICCION: SU TRASFONDO ESPIRITUAL Y UNA VISION INTEGRAL PARA SU SUPERACION. Por: Lic. Ricardo Belloso. Psicólogo Clínico Nº 1.953.

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LA ADICCION: SU TRASFONDO ESPIRITUAL  Y UNA VISION INTEGRAL PARA SU SUPERACION

Viene de la voz latina “addictio” que significa dado, entregado a algo o a alguien, lo cual pone de manifiesto la atadura emocional y espiritual que está detrás de la conducta adictiva; es una clara situación de dependencia en donde se refleja falta de voluntad y control sobre la propia conducta, la cual es provocada por un estimulo externo, que surge como pretexto o necesidad urgente de satisfacción, para enmascarar un vacío profundo que exige respuesta, pero sin resultados.

Entender los motivos de la adicción, más allá del enfoque mecanicista de la “habituación”, y las formas más efectivas de superarlas , es valorar el “vacío” del adicto como la fuerza conductora que hace que una vida carezca de significado y propósito, en especial, cuando se vive apartado de DIOS; es decir, desconociendo su origen y destino (efesios 1:3-4,11). Así, ante esta ausencia, aquello que satisface temporalmente y por una vía rápida, traerá efectos catastróficos, cuyo signo más evidente será la desilusión, la desesperanza, el autoengaño, lo ilusorio, la culpa o ideas de condenación, los sentimientos de vergüenza e inferioridad, la transgresión de toda norma moral, miedo y evasión de toda responsabilidad, angustia y, en casos extremos, conductas autodestructivas que en muchos casos conducen a la muerte.

Desde esta visión que DIOS  me anima a presentarles, encontramos que en el adicto, cualquier dependencia es un mero síntoma que nos revela de una forma muy intensa, el vacío generado por la desconexión del ESPIRITU  de DIOS; de tal manera podemos decir que la intensidad de una adicción es directamente proporcional a la intensidad del vacío y a la incapacidad de llenarlo, que se experimenta. Siendo fiel a esta misma línea de pensamiento, la crisis del adicto la propicia un proceso de despersonalización que se traduce en falta de identidad y autoridad de larga data (primera y segunda infancia) y esto nos lleva a entender por qué un adicto ha confiado ilusoriamente que existe algo externo, con capacidad para hacer desaparecer, minimizar u olvidar, aunque sea momentáneamente, el malestar que genera el vacío, y le ha cedido a ese algo, el poder de hacerlo feliz; por eso, quien se recupera de una adicción, también recupera su poder, expresado en su autoridad y su capacidad de dominio propio. Respecto a este último punto y aunque parezca paradójico, es preciso que  en un nacido de nuevo o verdadero cristiano(a), esta pretensión de poder e ilusión de control sea  dejada de lado, bajo el reconocimiento consciente de que es el Espíritu Santo el que provee tales cualidades (Gálatas 5: 22-23, 2ª Timoteo 1:7; 2ª Corintios 12:9). De tal forma que, la liberación vendrá solo para aquellos que han reconocido que sus vidas son inmanejables. Mientras seamos tan orgullosos para admitir nuestras fallas y debilidades, no comenzaremos a ver a DIOS  trabajando en nuestras vidas.

En primer lugar, debemos preguntar ¿cómo llega alguien a convertirse en adicto? Una condición previa, sería cuando hay duda o desconocimiento en cuanto a su origen como criatura creada, es decir, a un punto de partida (génesis), a una genealogía; esto ocurre porque hubo eventos cruciales en su vida en donde hubo ausencia de figuras de pertenencia. Así, ignora cuál es la fuente suprema que originó su vida y quién debe guiar su conducta y destino. Cuando hay ausencia de DIOS o de su presencia, el hombre inventa uno (ídolo) adaptado a sus necesidades y apetencias. Sucedió con Israel, cuando extrañó a Egipto en el momento de las pruebas en el desierto, en donde Moisés se ausentó por 40 días para recibir la ley en el monte de horeb (éxodo 32). En ese pasaje puede apreciarse cómo la ausencia del líder, investido de poder divino, desde la perspectiva carnal del hombre común, recién liberado en lo físico pero no en lo mental ni espiritual, el pueblo hebreo pide fabricar ídolos como tamus (becerro de oro) que aún el sacerdote Aarón, en insólita pasividad espiritual, contribuye a su adoración, abominando el nombre del verdadero DIOS y libertador, ya que Moisés era un simple instrumento en sus manos. Muchos cristianos actúan y piensan de la misma forma cuando “su pastor” se ausenta por un tiempo de la congregación, bien sea por razones de salud, viaje o muerte, extrañando al hombre que les da la unción para no sentirse perdidos; estos cristianos carnales, o mejor dicho, dependientes o adictos, sin ninguna identidad en Cristo no son conscientes de que han sido hechos a la imagen y semejanza de DIOS y no del hombre. Tristemente estos cristianos están en una posición frágil en cuanto a la fe que dicen profesar porque están dispuestos a seguir agradando a la carne no entendiendo que esto los convierte en adúlteros espirituales (1ª Juan 2: 15-17).

En segundo lugar, surge otra condición derivada de la primera que contribuye a formar el carácter del adicto, y tiene que ver con la ausencia de autoridad: ¿quién es mi Señor y a quien obedezco? (romanos 6.16).  Aquí, las fortalezas de engaño, miedo, duda e inseguridad, rechazo y rebelión, les abren la puerta a la idolatría , llevando a la persona a buscar satisfacción en lugares equivocados y caer en situaciones de alto riesgo, cediendo muchas veces a actitudes deshonrosas e inmorales que transgreden valores y normas, desconociendo cualquier figura de autoridad ( 1ª Samuel 15:23); todo esto proviene de carencias e ignorancia acerca de quién es y a quién debe obedecer (1ª reyes 18: 21-22) y al hecho crucial de que en un momento de su historia personal , el adicto perdió o nunca tuvo intacta su capacidad de elección (Génesis 3:6). Cuando nuestras elecciones entre lo bueno y lo malo provienen de la fuente suprema que gobierna nuestras conciencias, más allá de nuestro sentido arbitrario de libertad, nuestra comunión con DIOS aumenta y se consolida. En caso contrario, caemos en la adicción; esto se hace evidente cuando elegimos solamente desde la perspectiva de nuestros derechos y deseos, sin tomar en cuenta nuestros deberes; así, caemos en el caos, frenesí, desorden, confusión e ingobernabilidad.  De esta manera, aquello que satisface temporalmente se convertirá en el dios del adicto, bien sea la comida para alguien que sufre de gula , una persona para quien la conducta de apego ha sustituido al amor real y establece su seguridad afectiva y emocional sobre la urgente necesidad de mantener presente a ese alguien o algo , un psicoactivo o fármaco de consumo legal o ilegal , aún conociendo los riesgos para su salud , de su consumo, una actividad o trabajo en donde su desempeño compulsivo y extenuante es pasado por alto por la gratificación neurótica del afán de reconocimiento y aceptación , la cual de hecho alivia la sensación de inutilidad e insignificancia e ideas de inferioridad, la lujuria o el uso indebido y degradante del cuerpo para esconder la insatisfacción y auto rechazo y la imposibilidad de crear vínculos humanos duraderos y estables.

Hay un principio divino que rechaza el hecho de ceder tan pasivamente a un objeto de satisfacción codiciado  y que va mas allá del “derecho”  a poseerlo ya que al no ejercitar el dominio propio o la templanza (fruto del Espíritu Santo), la persona es dominada por su concupiscencia (1ª corintios 6;12, Santiago 1:14-15); entre satisfacer legítimamente una necesidad y el convertirse en un esclavo de ella , hay un largo trecho que la persona adicta no sabe discriminar y mucho menos valorar , y esto ocurre porque su visión de lo bueno y lo malo, responde a su iniquidad, proveniente de la justicia propia que gobierna su vida(romanos 6: 19-23).

Una tercera condición que propicia o predispone a la adicción, cuando están vulnerados el sentido de la identidad o pertenencia (de origen) y la autoridad definida como la capacidad de autogobierno o dominio propio, es el sentido de lo ilusorio que hace de la persona con mentalidad adictiva, intentar llenar con estrategias provisionales en la mayoría de los casos, engañosas, todo lo que demanda su vida vacía (Jonás 2:8-9). De esta forma, su alma voluble aparece fragmentada entre su necesidad de mantenerse y la de trascender, en donde su pretensión de poder o ilusión de control evita que tome el primer paso hacia su sanidad física, emocional y espiritual. En este sentido, es importante subrayar que aun durante el proceso de liberación, el adicto a pesar de su reconocimiento de la falta de control sobre su condición, estará tentado a apelar a amigos y familiares para que lo rescaten. Aquí es importante hacerle entender que DIOS es su única fuente de sanidad que conduce a la liberación verdadera.

Es importante insistir en el hecho de que la condición precedente de alguien que cae en adicción , es porque hace mucho tiempo atrás perdió la capacidad de elección, en donde alguien le quitó ese derecho y lo despersonalizó sobreprotegiéndole o agrediéndole para privarlo del ejercicio de tomar decisiones correctas (Stgo 1.13-16), Jueces 13: 6-12, 18-23. De esta forma, no es de extrañar que sentimientos de indignidad y poco auto aprecio, ideas engañosas de sí mismo y los demás, confusión de medios y fines, más el vacío producido por la falta de un propósito y finalidad en su vida, preparen el camino fértil para el surgimiento y fortalecimiento de la conducta adictiva.

Siguiendo el curso de todo lo expuesto hasta ahora, y aunque parezca algo difícil de aceptar y concebir, el adicto es alguien hambriento y sediento de gloria, dada su pobre percepción de sí mismo y su permanente insatisfacción, lo cual lo lleva a tratar de llenar desesperadamente el vacío de su existencia con algo que trasciende lo puramente material.

Finalmente, la adicción surge y se consolida cuando hay pasividad , es decir, ese estado espiritual en donde la capacidad interior de responder a las necesidades de afecto y trascendencia , está muy disminuida o casi ausente por una ausencia de conocimiento y valoración de quién se es , por qué se vive y hacia cuál destino se dirige; lo que el adicto llama “valor”, tiene una ausencia o desconocimiento de origen, de un principio o punto de partida, de una genealogía, y por eso, su orientación está determinada por fuerzas provenientes de algo o alguien ajeno a él, a quien ha idealizado o puesto en un rango superior a su propia existencia, dándole un sentido equívoco a sus intereses y objetivos. Esta conducta la podemos ver en cierto tipo de relaciones humanas que abundan en nuestra sociedad, huérfana de hogares estructurados, en donde el “apego” sustituye al amor real, y sus frutos son la inseguridad, la ilusión de control, la manipulación, el miedo a la soledad, el deseo de sobreprotección, la fragilidad emocional, expresada como la incapacidad para elaborar pérdidas o cerrar procesos de crecimiento. Así, el apego prepara el camino para la depresión y solo puede vencerse con la templanza (fruto del Espíritu Santo). En el apego, al igual que en toda conducta adictiva, se requiere de la presencia del “objeto” (así lo ve el adicto) que dice amar porque le da una falsa ilusión de felicidad.

El tipo de adicción y el efecto resultante asociado, revela la fortaleza que está agobiando a la persona desde lo íntimo: si es la dependencia a un ansiolítico (benzodiacepina, de la familia del valium), será alguien con características de intranquilidad, desasosiego o falta de paz, con carga de miedo o temor; si es un alucinógeno, el rasgo resaltante será la tendencia a evadir la realidad y a no asumir compromisos ni responsabilidad; euforizantes(mandrax) asociados a la sed de dominio y poder cuando los sentimientos de insuficiencia y pobre aprecio personal producidos por fortalezas de rechazo; a la comida (gula), cuando la falta de placer y experiencias gratificantes vinculadas a la necesidad de aceptación y de afecto, se constituyen en una necesidad imperiosa; al trabajo, ya no como medio sino como fin en sí mismo para esconder la necesidad de ser valorado, y en muchos casos, para satisfacer el vacío de una vida sin propósito.

Finalmente, haciendo énfasis una vez más en el vacío que impulsa a la conducta adictiva, es importante comprender que este se alimenta de la fantasía de controly de conquista utilizando medios irreales y ficticios; obviamente, si las expectativas de vida se basan en lo ilusorio, los resultados serán catastróficos y el fracaso será lo característico de esa vida: empezar, no terminar y nunca concretar será el signo frecuente y resaltante. El adicto es alguien eminentemente sensorial, es decir, aferrado y guiado por sus sentidos, especialmente los ojos, el oído y el gusto, y su mundo interior solo responde a una fachada externa que falsamente es impulsado por una ilusión de poder.

  1. II. PRINCIPIOS PARA EL TRATAMIENTO DE LA ADICCION.

El trabajo de restauración del adicto, más que el de una simple rehabilitación, implica varias fases:

  1. Hay que identificar áreas en la vida de la persona en donde no haya dominio y control, y la vez se sienta atrapado(a) y obligado(a) a responder erróneamente; para ello, es preciso entrenarlo en asumir liderazgo sobre sus emociones y apetencias ampliando la visión de la conciencia en lo que respecta al discernimiento del bien y del mal (hebreos 5:13-14; 4:22-24; 1ª p 1:14-16). Todo consiste en aprender a tomar decisiones para romper ataduras, ya que muchas veces, los lazos y las dependencias que creamos en torno a nosotros es porque nos hemos convertido en espectadores pasivos, es decir, sin discernimiento. Hay que recordar que la solución de un problema adictivo pasa por aprender a distinguir entre lo que es medio y fin, siempre en la perspectiva de la voluntad de DIOS. Esto implica:
  1. a) Cambiar las condiciones físicas, ambientales, familiares, afectivas, personales, asociadas a la adicción y que le abren puertas u oportunidades. Hay que trabajar con los “antes” o aquello que predispone para que se vayan debilitando las asociaciones entre el o los estímulos adictivos y las respuestas resultantes. La eliminación de asideros o estimulantes que anticipan o atraen a la adicción, es de primer orden para su tratamiento, y me refiero al caso de personas, lugares, objetos, recuerdos, imágenes, actividades, música y cualquier otro motivo que contribuya a “despertar” el apetito del objeto de satisfacción deseado. Así por ejemplo, en el caso de la gula, es importante romper con estímulos asociados a la comida mucho antes de sus horas permitidas y razonables, tales como diálogos, lugares, invitaciones de terceros, ansiedad lo cual se contrarresta con pequeñas ingestas de fácil digestión y que no se corresponden con el patrón habitual de alimentación de la persona. Aquí se trata como en el resto de toda la terapia, de desarrollar templanza , continencia y dominio propio, basados en sentido de elección de mejores opciones de vida , lo cual solo es conquistable mediante la disciplina y el orden establecido por DIOS desde la autoridad de su ESPIRITU; fue el caso del tratamiento de DIOS con Israel al romper el ciclo de la habituación a las costumbres egipcias para prepararlo hasta su entrada en Cannan (tierra de bendición), descrito en Números 11.4-6; éxodo 16:3-5; Deuteronomio 8: 2-3, proverbios 23:20-21.
  2. b) Santificar la vida y el ambiente cotidiano lo cual significa romper con todo yugo desigual, depurando su casa (cuerpo) y cualquier amistad con el mundo (1ª Juan 2:15-16; romanos 13: 12-14).

2) Si has intentado en el pasado romper con el yugo de alguna adicción con resultados fallidos, no repitas las mismas estrategias en lo sucesivo, porque te traerán desánimo y sentimientos de derrota. Debes incorporar nuevos procedimientos y recursos con una mente y conciencia renovada (efesios 4: 22-25), producto de un trabajo de consejería en donde hayas sido entrenado para romper el cerco. En este sentido, un ayuno adecuado e idóneo destinado a desarrollar la templanza y el dominio propio (Isaías 58:6), debe constituirse en el centro de la terapia de la rehabilitación que es apenas una parte del proceso de restauración que debe experimentar la persona bajo el yugo de cualquier adicción. En esta fase del programa, el objetivo es eliminar todo pensamiento predisponente que aumente el vacío (la falta de finalidad y sin sentido de la vida) o la necesidad imperiosa de satisfacer o ceder al objeto de la adicción. Dentro de estos asideros (puertas abiertas) o estímulos asociados, se encuentran:

. Ideas de inferioridad e insignificancia (crisis de identidad por fortalezas de rechazo)

. Hastío (pasividad, ocio o vagancia, ausencia de respuestas competentes)

. Búsqueda de poder y de “gloria”, fantasía de control (fortaleza de engaño) Isaías 14:12-15.

. Dolor por la pérdida o herida (incapacidad para elaborar duelos y cerrar ciclos vitales de la vida). Filipenses 3:4-10

. Ideas autodestructivas (pérdida de la dignidad y del valor propio) 1ª reyes 19:4

. Pasividad (falta de discernimiento y actitud engañosa a la hora de valorar y actuar frente a situaciones que requieren integridad y soluciones donde estén presentes los por qué y para qué).2ª corintios 11­:3-4. En este caso, la persona sigue creyendo ingenuamente en una solución mágica proveniente de “afuera”, sin que ella misma participe activamente en el tratamiento del problema.

. El tratamiento del adicto pasa por obtener sanidad en los 3 niveles del ser: cuerpo, alma y espíritu; esto quiere decir que no basta con desintoxicar el cuerpo sino que también hay que hacerlo con los pensamientos e ideas que impulsan a la acción adictiva; para ello hay que intervenir la vieja naturaleza para que la nueva surja como propuesta de vida. Los pensamientos y la visión de la vida deben ser renovados, en donde lo inmediato como atajo o solución fácil debe dar paso a lo que se consigue con paciencia y lucha. Respecto a esto último, hay que recordar que la adicción revela nuestras lealtades, lo que deseamos, lo que amamos y a quién o a qué servimos. (Romanos 13.12-14, colosenses 3: 5-12, filipenses 4:8).

. Ejercitar en todo lo que tiene que ver con enfrentar desafíos y confrontar dificultades en sus distintos niveles de exigencia, en una escala gradual que tenga como meta romper con toda comodidad o permisividad que la persona utilice como excusa para evadir responsabilidades. Esto implica muchas veces, hacerle desistir en su necesidad de sobreprotección, de buscar ayudas en personas cercanas o familiares. Un alto componente de volubilidad e inconsistencia hacia la persona, muy reactiva, ante estímulos que le alivian o satisfacen, temporalmente, especialmente cuando se trata de evitar o eliminar dolor físico o emocional. Por tal motivo, se vuelven muy manipuladores para obtener lo que desean con vehemencia, sin importarles el destino final de sus acciones.

. En lo que comúnmente se llama la “reeducacióndel adicto, deben tratarse los distintos grados de continencia respecto a todo tipo de estímulo ante el cual la persona no tenga un adecuado autocontrol, y esto no necesariamente se refiere a los que frecuentemente están asociados a su adicción. Recordemos que el principio aquí es contrarrestar toda respuesta fácil, reactiva y compulsiva ante cualquier evento que estimule los sentidos o la imaginación asociada, sino contribuir a disciplinar a la persona en desarrollar el sentido auténtico de la elección. En este sentido, un programa de objetivos centrado en los por qué y los para qué sustituirán el efecto del “vacío” que abruma la vida de la personalidad adictiva. El aprender a escoger mejores opciones de vida, lo conducirá a vivir en libertad.

. Finalmente, el adicto debe estar rodeado de personas con testimonio, es decir, que han vencido la adicción. Estos ayudan mucho a comprender las debilidades y propensiones a recaer durante el proceso de rehabilitación, convirtiéndose en verdaderos consejeros en momentos críticos en donde la fase de abstinencia se torna difícil de superar. Los familiares también deben ser tratados a los efectos de la opresión de los cuales han sido víctimas durante tanto tiempo en su lucha con la persona adicta, y también deben ser renovadas su fe y esperanzas basadas en las nuevas propuestas y estrategias que supone el tratamiento integral del problema.

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